Diálogo con una ramita del Ciprés de Arizona

Publicado en por P. Florin Callerand

Ayer, mis ojos se llenaron de lágrimas mientras sostenía una ramita de un ciprés de Arizona que se había desprendido del árbol. Me preguntaba qué me estaba pasando… Una sensación de sentida simpatía dolorosa por esta pequeña rama de tan fino y delicado encaje vegetal..., todavía viva.

Hacia calor, la savia resinosa seguía sangrando lentamente a lo largo de la corteza, la sangre de este árbol no había terminado de fluir. La Vida de Dios, su Trinidad, se me apareció en esta rama, como en un precioso sacramento. Intenté ser para esta ramita lo que Dios era para ella. ¿Pero qué podía hacer? Me deshice en excusas por haber sido arrancada. No son simples disculpas, le decía:

“Te resucitaré en el último día. No estás por casualidad en mi mano. La ternura de Dios por ti y mi ternura por ti, aunadas, darán un fruto que te sorprenderá en el Gran Día. La última palabra no está dicha. Pero quiero darte las gracias desde ahora, porque tu color, tus formas, tu jugo resinoso, tu perfume de roca iluminada me han revelado, como apareciendo en ti, la ternura del Eterno...”

Entre esta planta y mis dedos se estableció un diálogo. ¿Cuánto tiempo la acaricié…? Tenía la ternura de Dios en la palma de mi mano. Mi ternura quería responderle y se sentía responsable de ella.

“Me gustaría volver a plantarte, quisiera volver a sellarte en la rama de la que te desprendiste. Siento que esto es imposible ahora, pero tengo otro poder más maravilloso que Cristo me dará, el de resucitarte. San Pablo me asegura que tu entiendes este lenguaje misterioso, pues dice que escuchó: “el gemido de toda la creación sometida todavía al deslizamiento hacia la nada” (Romanos 8). Sé que estáis esperando el día en que me manifieste ante vosotros como el Hijo de Dios. Entonces te mostraré de que soy capaz. Cuando Cristo me haya resucitado con el don de su propia resurrección, entonces yo también te la regalaré y te la comunicaré.

De repente, había escuchado entre mis dedos: “¡Gracias!”  Esta savia resinosa, perfumada con el olor del ciprés de Arizona, acababa de decirme: “¡Gracias!" y añadió: “De acuerdo, esperaré hasta entonces”.

No era un sueño, no era una alucinación, sino una de esas cosas de la eternidad que empieza aquí, que hace experimentar la ciencia del Espíritu, en el mismo meollo del momento presente. Al mismo tiempo, recibía un consejo del Espíritu, que no soporta que sus hijos permanezcan en la tristeza del desánimo, ante situaciones que se suponen irremediables.

Todo está inscrito en Cristo resucitado. El Espíritu Santo, que nos hace ver y oír, registra y graba para siempre toda forma de bien que, al aparecer, parece que el tiempo la borre y no vuelva. San Pablo nos asegura que todo mal será reparado por el poder recreador de la resurrección de Cristo, al que cooperará la resurrección de los ya resucitados por Él, como por añadidura.

A todo lo que digo, hago y prometo a esta ramita, Cristo me responde desde el cielo de forma cercana e íntima: “De acuerdo, nos encargamos de ello”. Llegará el día de la resurrección-transfiguración final y universal. Esta brizna de Arizona acaba de hacerme presentir la desmesura con la que Dios se comparte a sí mismo, “Dios Todo en Todas sus criaturas” (1 Corintios 15). Lo veía como emergiendo de cada una de estas ramitas, de cada uno de estos puntitos amarillos, de cada una de estas fibras azules. San Pablo, deslumbrado, nos deslumbra a su vez, revelándonos que, si nuestra transfiguración será obra de Cristo, la transfiguración del mundo será nuestra obra maestra final.

La relación de ternura del Padre con el Hijo, del Hijo con el Padre, el Espíritu Santo, única y definitiva explicación del mundo, desde su principio hasta su fin, nos llama a vivir hoy todas nuestras relaciones, como tendidas hacia “la esperanza de la gloria”. Consejo de los consejos, Misericordia de las misericordias, Consuelo de los consuelos, Espíritu Santo, Abogado-Paráclito, suplicando y ganando la causa de la resurrección del hombre y de los elementos del mundo, así pues, me fue dado escucharte y verte manos a la obra en una ramita azulada de un ciprés de Arizona.

 

Florin CALLERAND, 27 de enero de 1989
« Le drame du monde » © 2001
p.43 à 51

Traducción del francés al español:  Beatriz Simó y Pilar Sauquet

"Notre Dame des petites sources", CD Tissage d'or 5 (Communauté de la Roche d'or)

Etiquetado en texto de Florin, cantos

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