Una experiencia sobrecogedora...

Publicado en por P. Florin Callerand

Evangelio de Jesucristo según san Marcos 16,1-8
Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamarle. De madrugada, el primer día de la semana, a la salida del sol, van al sepulcro. Se decían unas otras: “¿Quién nos retirará la piedra de la puerta del sepulcro?” Levantando los ojos ven que la piedra estaba ya retirada; y eso que era muy grande. Y entrando en el sepulcro vieron a un joven sentado en el lado derecho, vestido con una túnica blanca, y se asustaron. Pero él les dice: “No os asustéis. Buscáis a Jesús de Nazaret, el Crucificado; ha resucitado, no está aquí. Ved el lugar donde le pusieron. Pero id a decir a sus discípulos y a Pedro que irá delante de vosotros a Galilea; allí le veréis, como os dijo”
Ellas salieron huyendo del sepulcro, pues un gran temblor y espanto se había apoderado de ellas, y no dijeron nada a nadie porque tenían miedo...

 

¿No plantea la Resurrección problemas muy difíciles de resolver? Pasar del exterior al interior es un problema cuando se está delante de una casa. Hay que atravesar la puerta. Y claro, cuando estás fuera, estás fuera, cuando estás dentro, estás dentro. Hay que pasar de una condición a otra.

Antes hemos sugerido que era difícil para todas aquellas personas que se ven afectadas por el duelo: estas personas están acostumbradas a una presencia exterior de su hijo, de su marido, de su mujer, que no es solo una presencia externa porque existe un vínculo íntimo de alma. Sin embargo, a causa de la masa corporal que somos cada uno de nosotros, inevitablemente, sea cual sea la calidad de los vínculos morales que nos caracterizan en el amor, somos externos los unos a los otros. Somos interiores por los vínculos, por el amor, pero incluso en el amor físico, dice Santo Tomás de Aquino, hay una extrañeza del ser en relación con el otro. El cuerpo es un sacramento y dice realmente a los dos esposos que se unen que se aman y que son uno en el otro; y que de dos se convierten en un solo cuerpo. Pero al mismo tiempo los cuerpos siguen siendo exteriores uno del otro. No puede haber morada íntima total del uno en el otro en el transcurso de la existencia.

El problema se plantea en relación con Jesús. Estábamos tan acostumbrados a vivir con Él externamente... lo amábamos, lo escuchábamos, nos empapábamos de su palabra, la asimilábamos, había una cierta comunión, sin embargo, había una exterioridad recíproca del uno frente a los otros para pasar a la nueva condición donde Cristo habita en el interior. Tal vez por eso tenemos esta pequeña nota al final que, en mi texto, está entre paréntesis como si no fuera auténtica, o como si la iglesia litúrgica no quisiera que la leyéramos: “Ellas no dijeron nada a nadie porque tenían miedo…” Hasta el presente, nunca les había sucedido percibir a Cristo viviendo dentro de ellas. Se trata de una condición de existencia tan radicalmente nueva que realmente hay motivos para sentir una cierta sacudida de temor, de miedo...

¿Y cómo podemos hablar de ello? Podemos hablar de relaciones externas: estamos acostumbrados, tenemos todo un lenguaje, hay palabras para ello. Pero esta intimidad mística de Cristo en nosotros, ¿cómo se puede traducir? Se trata de personas que hacen la primera experiencia de la resurrección, la primerísima experiencia de Cristo viviendo en ellos. Personas como Juan de la Cruz, dieciséis siglos después, cuando hablan de esto, han sido precedidas por innumerables generaciones de místicos y santos que ya han encontrado un lenguaje más apropiado. En cualquier caso, Juan de la Cruz no puede hacer otra cosa que recurrir a la poesía, tan nueva es esa experiencia, tan sobrecogedora...

Así que quizás es esto lo que tenemos que encontrar en el miedo de estas mujeres que están experimentando, por primera vez, la interioridad de Jesús en sus vidas. Se preguntan qué les está pasando. ¿Están locas? ¿Qué les pasa? Con todo, no hablan de ello, no pueden hablar... Es una reacción... Si ahora leemos a San Juan, vemos que María Magdalena hace otra experiencia enseguida, corre a avisar a Pedro, y Pedro y Juan llegan al sepulcro. Luego los dos vuelven -nos dice el Evangelio de Juan- cada uno a su casa.

Sí, es verdad, Juan llega el primero. Es verdad. Echa un vistazo al interior. Ve que el sudario está caído en el suelo y que el lienzo que estaba sobre el rostro está “en su sitio, donde estaba, pero doblado”. Pero no entra... ¿Por qué? ¿También tiene miedo? ¿O es que la nueva vida de su Señor empieza a aflorar en él de tal manera, que no quiere ir más allá de lo que está experimentando? Cuando Pedro lo alcanza, entra, constata lo que hay: está claro, no ve. Juan, en cambio, ve. Luego cada uno vuelve a su casa, según este texto. Es cierto que Juan comienza una nueva existencia compartida con Jesús que le habla dándole el Espíritu Santo, mientras que Pedro aún no ha llegado a ese punto... Hasta la noche del día de Pascua, Pedro no descubre que está habitado: con todas las puertas y ventanas cerradas, la Presencia se revela.

La primera vez que alguien percibe una gracia mística, puede verse sacudido por este sobrecogimiento. Ya no se es consciente del tiempo, ni del lugar, porque se está siendo llevado a lo inconcebible.

Este paso de la exterioridad a la interioridad es una extraordinaria novedad en la historia de la humanidad.

De la brevedad del Evangelio de Marcos podemos al menos retener esto: el asombro ante la novedad de la existencia compartida con Cristo dentro de uno mismo.
 

Florin Callerand
Sábado, 2 de abril de 1994

 

Traducción del francés al español:  Beatriz Simó y Pilar Sauquet

"Alleluia Christ est ressuscité !", CD Tissage d'or 3 (Communauté de la Roche d'or)

Etiquetado en texto de Florin, cantos

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