El eterno y gozoso saludo: “El Señor esté con vosotros” (1/3)

Publicado en por P. Florin Callerand

En sus largas cartas de agradecimiento a los participantes a los retiros, a Florin Callerand le gustaba escribir “Meditaciones al hilo del Evangelio” Eran como una alforja para el viaje cotidiano, llena de comida para degustar durante el camino y un cantarillo de agua evangélica para calmar la sed por los caminos de nuestras vidas.

Había titulado su carta de noviembre de 1995: “El siempre actual ‘Dominus vobiscum’, el Señor esté con vosotros”. Veinticinco años después, conscientes de que los testigos de la época del latín son casi inexistentes, nos hemos quedado con el título “El eterno y gozoso saludo: “El Señor esté con vosotros”.

Este largo texto os lo vamos a ofrecer en tres partes. Caminaremos con él hasta la Ascensión. En este tiempo de desconfinamiento y en el momento de reanudar las celebraciones eucarísticas, tal vez escuchemos estas palabras de manera diferente…

Danièle Valès

 

Primera parte del texto de Florin Callerand :

 

Todos los cristianos de una cierta edad recuerdan el excesivo uso de esta fórmula litúrgica que los sacerdotes dirigían a los fieles durante la celebración de las misas tradicionales. El motivo de la actual disminución del número de veces de esta proclamación, sería para evitar la tentación de caer, por sus múltiples repeticiones, en la rutina, llegando a olvidar su profunda importancia. Afortunadamente, podemos decir, que se ha mantenido con suficiente insistencia: desde la apertura de la liturgia hasta el final, pasando por la introducción al Evangelio y por el prefacio de la Consagración. Pero, cabe entender esta Palabra esencial de la Iglesia para sus hijos, como un leitmotiv, que no hay que olvidar nunca, en todas las situaciones de la vida ordinaria, porque nos invita a una verdadera transformación: “El Señor está con vosotros”.

 

Sin este enfoque que nos lleva a una toma de conciencia, es imposible encontrar un sentido válido a la existencia: “¿De dónde vengo, que hago, hacia dónde voy?”, todas estas cuestiones irremediablemente no resueltas, si el hombre permanece cerrado, en soledad, en su burbuja individualista o cósmica. Sin tener conciencia de la Presencia divina, creadora y salvadora, uno se encuentra inevitablemente sumergido, lo confiese o no, en una perplejidad dramática que hoy llamamos: “pérdida de sentido”.

 

El creciente número de suicidios en los niños de menos de 12 años, o su equivalente en los adultos con el uso de toda clase de drogas, se encuentra ya anunciado y reflejado en todos esos autores que expresan su desesperanza. Pienso, por ejemplo, en Arthur Rimbaud, que en 1866 publicaba en el “Figaro” de aquella época, su poema tristemente célebre: “Donde sea, donde sea, con tal de que sea fuera de este mundo”.

 

La situación moral de la Humanidad, por cierto, ha empeorado, a pesar de los enormes progresos de las ciencias, incapaces de salvar realmente al hombre. Incluso tenemos la impresión, de que la única ciencia que hace encontrar a Dios ahí donde está, vive y actúa, es decir, la ciencia religiosa, se encuentra en estado de estancamiento e incluso de retroceso. 

 

Incluso si tenemos actualmente la buena costumbre de vivir en toda situación el Misterio de la Presencia cercana de Dios, puede sernos beneficioso recordar determinados momentos de nuestra existencia pasada, en que sufríamos, olvidadizos de esta Presencia, con la escalofriante sensación de un vacío interior en el que solo encontrábamos nuestro “yo”.

 

Deberíamos también compadecernos del sufrimiento personal de tantos hombres de nuestros días, para ayudarles a recorrer el camino liberador que nosotros hemos tenido la gracia de recorrer, y que acabará por abrir sus ojos, sus oídos, su íntimo corazón hacia Dios mismo en ellos.

 

Quisiera citaros algunos testimonios dramáticos, la mayoría de los casos brindados por poetas o sabios, hombres sinceros que se atreven a mirar, analizar y expresar, como si actuasen en una escena de teatro para que todo el mundo pueda ver su propia y oscura experiencia de la soledad metafísica.   

 

"No sabemos nada,

sin noticias desde hace…

No sabemos nada,

estamos sin noticias, solos.

 

No sabemos nada,

No nos llegan las noticias...

No sabemos nada,

sin noticias de los muertos.

 

Estamos sin noticias,

sin noticias de esperanza.

Estamos sin noticias,

sin noticias de amor.

 

Estamos sin noticias de Dios."

 

Este texto de Jean Mogin, que traduce en palabras, repetidas una y otra vez, la ausencia de relación vital, desde dentro entre la criatura humana y su Dios, se encuentra expresado aunque de otro modo en escritos de tantos hombres a quienes llamamos ateos o agnósticos. Pero nosotros mismos, ¿no lo fuimos, o no lo estamos siendo?

 

Podríamos encontrar ahí la propia esencia, por así decirlo, de lo que llamamos misteriosamente el pecado original y siempre actual en sus consecuencias: la pérdida de sentido de la Presencia de Dios, o utilizando un símbolo, el exilio fuera del Paraíso terrenal donde Dios y el hombre se relacionaban como dos íntimos. Como si el lecho del riachuelo tras perder el contacto con su fuente, que mana permanentemente, se encontrase de repente seco como un pedregal, sin una gota de agua.

 

"La especie humana pasará, como pasaron los dinosaurios y los estegocéfalos, escribe un hombre que solo plantea el azar como única explicación del universo, Jean Rostand,  No quedará de nosotros ni siquiera lo que queda hoy del hombre de Neandertal, cuyos restos, al menos algunos, todavía  encontraron asilo en los museos de su sucesor… En este minúsculo rincón del universo será anulada para siempre jamás, la lamentable y fracasada aventura del protoplasma. Nadie sabrá nunca lo que habrá sido…

Este es, según mi opinión, el mensaje de la ciencia”

    

Después de un sinfín de afirmaciones sobre la negación de Dios, este hombre honesto no pudo evitar el cuestionarlo todo, escribiendo al final de su texto con un tono sentencioso: “según mi opinión”.

 

Por cierto, sabemos que algunas semanas antes de “dar el paso definitivo”, al igual que Jean-Paul Sartre y otros, como Lacan, el psicoanalista, susurró ante los suyos atónitos: “Me gustaría que no fuese cierto esto de que no haya Nada”  

 

En efecto, en ese “según mi opinión” aparece como un parpadeo de una estrella de esperanza, poco luminosa, pero portadora de un resplandor venidero más intenso. Podemos preguntarnos si este estremecimiento de inestabilidad interna buscando el equilibrio y la solidez bajo una realidad subyacente y secreta, no sería la primera resonancia del Aliento del mismo Dios que crea a este hombre llamándole a la existencia de una manera única… Algo así como si la tierra firme bajo los pies de un hombre inestable que se tambalea mientras camina sobre Ella, le dijera a ese hombre: “Aunque caigas, me encontrarás allí  para sostenerte…” porque Dios ama a sus criaturas. Es necesario que el encuentro llegue a ser plenamente consciente, pese a que la demora se hace insoportable por ambas partes.

 

"Tarde te amé, escribe San Agustín en sus Confesiones,

Belleza tan antigua y tan nueva.

Tarde te amé,
tú estabas dentro de mí y yo fuera,
y por fuera te buscaba;
Tú estabas conmigo, mas yo no lo estaba contigo.

Me retenían lejos de ti aquellas cosas
que, si no estuviesen en ti, no serían.
Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera.
Gusté de ti, y siento hambre y sed;
me tocaste y me abrasé en tu paz…
Cuando todo mi ser esté unido a Ti,

ya no habrá para mí ni dolor ni fatiga,

entonces mi vida, llena de Ti,

será la verdadera vida”.

 

La humanidad entera, debería agradecer a San Agustín su tarea en “desbroce”, tras las huellas de los profetas y de los salmistas, de la naturaleza orientada hacia Dios en esa búsqueda profunda que le afanaba. En pleno sentimiento de evidencia llegará a escribir: “Dios mío, mi corazón está inquieto hasta que no descanse en Ti”.

 

En la misma estela, el clamor místico por excelencia, será proclamado por un santo de la Escuela de Espiritualidad francesa del siglo XVII, el cardenal de Bérulle, fundador del Oratorio: “No puedo decir yo, Dios mío, sin decir Tú…”

Estas proclamaciones son la expresión y la traducción que debemos dar al sentimiento, que según nuestro deseo más secreto de Infinito y de Ilimitado, el sacerdote en el altar nos invita al iniciar la liturgia de la Palabra:

“El Señor esté con vosotros”

 

No hay ningún hombre que pueda alegar no haberse planteado nunca el problema religioso. “¿Quién soy? ¿Cuál es mi tarea en el mundo? ¿Por qué estoy lanzado en él, dónde, qué debo alcanzar?”

 

Incluso este problema de Dios, origen, acompañamiento y fin de todo ser, está concentrado como en una primera Palabra, que Él nos dice y que significa en el fondo: “¿Me quieres contigo?”.

 

Sentimos en nosotros, con una cierta impresión de dependencia irremediable, que no hay nada en el mundo, ni siquiera yo mismo que no sea “un comienzo…” y, al mismo tiempo, experimentamos una exigencia de autonomía, anhelamos ser libres, no soportaríamos estar encerrados en una camisa de fuerza. Tenemos, aun siendo dependientes, que elegir constantemente; nuestra vida depende de nuestras opciones, no somos esclavos, podemos dominar muchos determinismos y mantener nuestra libertad para elegir y superar un obstáculo imprevisto, cuando aparezca.

 

Ciertamente, en lo íntimo de nosotros mismos, en la conciencia que tenemos de nosotros es donde emerge el desafío religioso. Es ahí donde se manifiesta en cada uno de nosotros, la primera Palabra de aquel que nos crea en la libertad gratuita de su Amor, capacitándonos ya, desde el principio para ser un tanto semejantes a Él.   

 

Florin Callerand,

La Roche d'Or, 2 y 4 de octubre de 1995

En la fiesta de Teresa del Niño Jesús

y de Francisco de Asís

© Copyright : “ La Roche d’Or ” 1995

 

 

Traducción del francés al español:  Beatriz Simó y Pilar Sauquet

 

¡El agua de las cascadas de Fontanilles, un torrente de frescura en este momento!

"O Marie, réjouis-toi !", CD Tissage d'or 5 (Communauté de la Roche d'or)