El eterno y gozoso saludo: “El Señor esté con vosotros” (2/3)

Publicado en por P. Florin Callerand

Segunda parte del texto de Florin Callerand

 

 

"El Señor está con vosotros". Algunos dirán, eso no es nada evidente. Hay que responder a sí mismo y a los demás: “Si eso es así, es por discreción, porque Dios no nos trata como objetos fabricados. Dios crea sin forzar, sin violar a nadie, ni a cosa alguna. Trascendente en todo, por esta razón, se sabe interior a todo. Ni siquiera aquello de: “nobleza de amor obliga”, podría separarle de ninguna de sus criaturas, ni ninguna de ellas podrían separarse de Él. Su nombre es “Yo soy el Único”. No hay SER que exista sin Él, lejos de Él.  

 

A los testimonios de San Agustín, del Cardenal Bérulle, podríamos añadir miles de otros testimonios análogos, hombres, que un día fueron dóciles a la acción secreta del Único, que les hace existir.

 

Pienso en esta mujer alemana que, con toda razón, se la ha comparado a nuestro poeta Claudel, autor de las “Grandes odas” a la Gloria del Creador; Gertrud Von Le Fort, que después de haber intentado detenidamente explicarse a sí misma su propio secreto y de haber acudido a muchas personas, viendo que una tras otra, carecían de respuesta, exclamó, dirigiéndose al Dios que la habita:

 

"Du, aber, bist wie eine Stimme mitten in der Seele !

Pero, Tú, tú eres como una voz en medio del alma”

 

También pienso en San Bernardo, que según su exuberante florilegio, hacia gravar en la piedra de los soportales de sus monasterios: "O beata solitudo, sola beatitudo!... ¡Oh dichosa soledad, única y verdadera bendición!” exclamación paradójica, que explicará diciendo: "Nunquam solus, tanquam solus... Nunca estoy menos solo que cuando me creen solo”.  Hasta tal punto es cierto, que “la Presencia de Dios no puede ser muda” según la expresión de Teilhard de Chardin.

 

El sentido de la interpelación: “El Señor está con vosotros” se encuentra explicado a lo largo de la Biblia y del Evangelio. El Dios único, Creador y Salvador, no puede retener esa chispa de su Gloria que deja escapar cuando el hombre se encuentra en disposición de acogerlo, como lo haría un niño. También en el Islam, a Abraham se le llama el Amigo de Dios, el Khalil, porque escucha su voz y se atreve a responderle. Es evidente que Abraham sabe escuchar y no necesita que se le repitan las cosas para avanzar en el sentido indicado. “Y Dios dijo… Y Abraham respondió…” Los diálogos son frecuentes en el Libro del Génesis.

 

¿No será que la falta de espontaneidad y de docilidad, de sana y humilde ingenuidad, hace que muchos hombres confiesen haber experimentado el mutismo de Dios y de “estar sin noticias de Él”?

 

Moisés, en la escena de la Zarza Ardiente (Éxodo 3), descubre, un poco tarde, que ninguno de los sufrimientos del pueblo hebreo escapa a la mirada de Dios, que es precisamente de eso de lo que le habla, desvelándole su nombre: “Yo estoy con vosotros”, “He visto… He visto”. De lo contrario, Moisés nunca se hubiera atrevido a salir de su desierto de Madián para enfrentarse al temido Faraón y organizar la huida de su pueblo en dirección a la Montaña santa, el Sinaí, la Montaña del Gran Encuentro.

 

Asimismo, Elías y tantos profetas, solo se pueden lanzar a su misión de lucha contra las fuerzas que niegan al Dios único, porque perciben en sí mismos, la voz y el rostro de Aquel que los envía.

 

Todo el Antiguo Testamento está atravesado por su grito y su eco permanente: “Está vivo el Dios de Israel en cuya presencia me mantengo”.

 

Mientras que el hombre no haya percibido, al menos con algo de delicadeza, el interés que su Creador siente por él y que precisamente por esto, lo lanza a una Aventura infinita para compartir con Él, todo, en la vida, es probable que acabe percibiéndose así mismo como signo de caducidad irremediable, de ausencia de verdadero sentido, incluso de sentimiento de absurdo definitivo. Pues de qué le valdría a la llama de un cirio sentirse encendida, luego consumirse resplandeciente, si es para acabar apagándose por falta de combustible… La clásica respuesta de que podría encender otras llamas en otros cirios, no serviría para impedir que toda esa retahíla de llamas, una tras otra, tuvieran como destino final la oscuridad total, un vacío absoluto de luz… ¿Qué alegría, qué compañía puede hoy aportar mi existencia a mis incalculables antepasados,  abuelos y abuelas de antiguos milenios … si Dios, su Dios, no hubiera sido el Totalizador, el Finalizador, el Transfigurador de sus vidas, este Dios, que al igual que en mí, siempre está trabajando en ellos ¿Cómo, sin Él, fuera de Él, tendrían, tendríamos algún atisbo de esperanza de encontrarnos?

 

“Si el Señor no está con vosotros… Si Él no construye la Casa, en vano se afanan los constructores…” (Salmo 127). La Iglesia siguiendo la Revelación bíblica y evangélica, no tiene nada mejor que anunciar al Mundo.

 

Como escribe en tono sarcástico, Edgard Morin, maestro en sociología, convendría predicar el evangelio de la perdición, es decir prevenir a todo hombre, lo antes posible de que, ya que su existencia no va a tener ninguna salida, no le queda más remedio que apañárselas con sus semejantes lo mejor que pueda con esta situación universal de absurdo, sacando de su propia falta de sentido absoluto, todos los sinsentidos pasajeros derivados de ella.

 

Llegados a este punto de nuestra reflexión, se hace presente la revelación de la verdadera “Buena Nueva”, del verdadero Evangelio, el que la Iglesia repite incansablemente a cada hombre:  

 

"Dios es Amor en sí mismo y en toda la Creación”

 

es decir que Dios, que tiene necesidad de Sí mismo, tiene también necesidad de cada hombre. Dios no puede seguir siendo Dios, si el hombre llamado a la existencia por Él, no se convierte en Dios con Él.

 

Recordemos el grito de San Ireneo, ese obispo de Lyon a quien se le ha llamado el primero cronológicamente de los teólogos de la Iglesia:

"Cur Deus homo ? Ut homo fieret Deus !..."

¿Por qué Dios se hizo hombre?

Para que el hombre llegue a ser Dios.

 

Dios no nos ama con un amor platónico, superficial, sin contacto de persona a persona. Él vive en nuestro interior, y si cabe, mucho más de lo que somos con nosotros mismos, porque es Él quien nos da inicio incesantemente, desde dentro, como una fuente comienza con sus pequeñas gotas de agua hasta formar su riachuelo.

 

¡Cómo va a poder desvelar, dar a conocer, el secreto fundador de cada uno! Por supuesto, ya lo hemos dicho, por el sonido misterioso de su Voz en la intimidad del alma. Pero, sobre todo, en ese momento de la Historia del Mundo que San Pablo llama “La Plenitud de los tiempos”, por la intensificación en nuestra carne, en nuestra condición humana de su propio Hijo eterno. Por esto es preciso percibir la Encarnación de Dios como un intento supremo, muy sensible, visible y audible del gran Misterio de la relación de Dios con el mundo. El mismo Jesús, el Hijo, lo afirma y lo repite: “Quien me ve, ve al Padre”. Ahora bien, lo que vemos en cada momento de la vida terrestre de Jesús, en cada uno de sus actos o planteamientos, en cada una de sus palabras, es la Aparición del Padre invisible. Quien se aplique en contemplar las escenas del Evangelio, con los ojos, con la misma mirada que depositaban en ellas la Virgen María y San Juan, aparece constantemente, con una permanente transparencia, el Padre en el Hijo, sosteniéndolo, inspirándolo. El eterno “El uno en el Otro”, aparece. Jamás encontraremos a una Persona divina sola, siempre una en el interior de la otra, sin confusión, pero sin ninguna separación. La gran lección del Evangelio, que es la de revelarnos al Dios-Trinidad en perfecta unión, ilumina el Misterio de la Creación. Dios no crea a distancia de sí mismo, como con la punta de los dedos, crea irradiando, es decir involucrándose enteramente en su creación. Claro que el mundo creado no es Dios, pero Dios lo crea mediante su Presencia íntima. Es como una cierta semejanza, parecida a la que viven en la intimidad de los intercambios y reciprocidades, las Personas divinas en su unidad. No es exagerado decir que siempre ha habido un abrazo íntimo de amor entre Dios y el Universo. Dios ama… Dios ama a todos los hombres porque existen en Él. No nos damos cuenta, de que el mensaje esencial del Evangelio es mostrarnos en la humanidad adoptada por el Hijo en el seno de María, cómo las Personas divinas están unidas, es decir la una en la otra. Dice Jesús: “El Padre no me deja nunca solo, el Padre y yo somos Uno. El Padre trabaja siempre y yo también trabajo con Él…” etc. El Espíritu Santo no es un mero espectador de la ternura fraterna y filial… Él es la ternura misma y solo se la encuentra en la Unidad del Padre y del Hijo.

 

No se trata de forzar la analogía hasta la absoluta semejanza con la intimidad de las relaciones divinas eternas, pero podemos decir, para ilustrar el misterio de la existencia del Universo y de cada criatura humana en particular, que Dios está en esa criatura y que, si existe, en singular o en plural, es porque Dios ya se está comunicando, “como haciéndola participar de Sí mismo”, dice Tomás de Aquino.

 

“En Él vivimos, nos movemos y existimos.

Somos de su raza” (Palabras de San Pablo. Hechos 17)

 

cualquiera que sea el grado más o menos avanzado de su evolución, o de su desapego de lo que llamamos el mal.

 

“Dios necesita de los hombres, por lo tanto me necesita”. Esta frase parte también del Evangelio donde Jesús dice que “no puede hacer nada que no vea hacer al Padre”. Nosotros podemos añadir: como el Padre necesita de su Hijo para revelarse, de la misma manera Jesús, el Hijo, necesita de la Humanidad y del Cosmos convertido en su Iglesia para revelarse plenamente. (San Pablo, epístolas a los Colosenses y a los Efesios).  El Dios del seno de la Trinidad es el mismo en su acción creadora dentro y fuera, dirían paradójicamente algunos teólogos. Así pues, cuando se nos afirma: “El Señor está con vosotros”, es una invitación a tomar conciencia, una vez más, de que emanamos del Aliento creador, como está escrito en el Cantar de los Cantares: “Me besará con los besos de su boca”. Esta palabra revelada, manifiesta el modo en que venimos a la existencia, ahora y por siempre. Se podría decir, algo así, como el Padre permanece en el Hijo y el Hijo permanece en el Padre.

 

Así pues, a pesar de todos los avatares de la vida, sabremos que son siempre exteriores, lo Esencial, ese Aliento creador de Dios, será siempre actual y en movimiento para seguir adelante hacia la Plenitud de Dios. (El Pléroma, cf. Pablo a los Colosenses 2,9).

 

Este sentimiento de Fe es la base de la Nueva Vida: jamás estarás solo, ni abandonado, como un trozo de madera bamboleado por las olas desenfrenadas; ¡tú estarás siempre con tu Señor!    

 

 

Florin Callerand

La Roche d'Or, 2 y 4 de octubre de 1995

En la fiesta de Teresa del Niño Jesús

y de Francisco de Asís

PARTE 2/3

© Copyright : “ La Roche d’Or ” 1995

 

Traducción del francés al español:  Beatriz Simó y Pilar Sauquet