Sentir el alma de Jesús junto a los suyos, en el atardecer del Jueves Santo

Publicado en por Padre Roger Robert

Durante la celebración de la Cena del Señor en marzo 2018, el padre Roger Robert comentó el evangelio del lavatorio de los pies.

 

Evangelio de Jesucristo según San Juan (13,1-15)

"Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Durante la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle, sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido. Llega a Simón Pedro; éste le dice: “Señor, ¿tú lavarme a mí los pies?” Jesús le respondió: “Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo comprenderás más tarde”. Le dice Pedro: “No me lavarás los pies jamás” Jesús le respondió: “Si no te lavo, no tienes parte conmigo”. Le dice Simón Pedro: “Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza”. Jesús le dice: “El que se ha bañado, no necesita lavarse; está del todo limpio. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos”. Sabía quién le iba a entregar, y por eso dijo: «No estáis limpios todos.» Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa, y les dijo: “¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis "el Maestro" y "el Señor", y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros”.

 

Esta tarde en todas las iglesias cristianas se escucha esta lectura del Evangelio y se celebra esta particular liturgia. Conocéis este texto en el que se narra el acontecimiento ocurrido en aquel atardecer. ¿Sabéis lo que supone lo que hizo Jesús…? Lo vemos en la reacción de Pedro, esto no se hacía. En Oriente cuando alguien llega a vuestra casa y va con los pies llenos del polvo del camino, era costumbre, era un gesto de acogida y de hospitalidad y normalmente se le solía pedir a un adolescente o a un joven que vertiera agua sobre los pies de la persona recién llegada. Tienes que haber estado en Oriente para saber lo que significa, cuando se está cansado, cuando hace calor y se llega a casa de alguien. La primera necesidad que se tiene, es la de refrescarse. Por lo tanto, te traían agua y hacían ese gesto… 

¿Cómo lo hizo Jesús? Qué le pasó para que escogiera el gesto de un pequeño que lava los pies a los demás para hablar a sus discípulos; para decirles algo, que ciertamente no habían comprendido. De cualquier modo, ¿este gesto iba en sentido contrario a todo lo que se solía hacer? Pedro nos lo hace sentir así: “Tú, el Maestro, ¿lavarme los pies? No, Tú no me lavarás jamás los pies. Y Jesús le contestó: “Si no te lavo no tendrás parte conmigo” Entonces Pedro le contestó: “No sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza” Y Jesús le dijo: “Oh Pedro, ¡tú, te precipitas siempre! La palabra que os he dado, la que os he dicho y que habéis acogido estando conmigo, os ha lavado interiormente. “Todos vosotros estáis limpios… porque lo que habéis oído, os ha impregnado. La vida que es la mía, estáis impregnados de ella. No se trata de lavarse lo pies “del modo habitual”… “Estáis limpios a causa de la palabra que os he dado… Su palabra nos lava, en el sentido en que, si estamos cogidos por Él, no hacemos cualquier cosa. “Mi palabra habita en vosotros y sentís en mí la presencia de mi Padre para con vosotros.

Y a la vez, Jesús se detiene: “Pero no todos” y su voz se quiebra: “No todos. Uno de vosotros me traicionará”. Una emoción le sobrecoge al pensar que uno de los suyos, un íntimo, el que el Padre le ha dado, lo va a traicionar. Qué drama, ¿cómo es posible? Un íntimo. No son los que después vendrán a cogerle, torturarle y después crucificarle, aquellos son ejecutores… pero es un íntimo… Qué gran dolor cuando alguien cercano reniega de ti, te traiciona…

Este gesto se hace una sola vez, cuando uno llega, pero ya están todos juntos, entonces ¿por qué Jesús utilizó este gesto que se hace sencillamente con los huéspedes de paso? Sin duda, había algo en el origen de este gesto previsto por Jesús que les desconcertó. Si seguimos la tradición del evangelista Lucas, los discípulos discutieron porque Jesús hablaba de su marcha y se decían: “¿Quién tomará las riendas? Discutían para saber quién de ellos era el más importante y quién iba ahora a dirigir”, y según San Lucas, ante este deseo de las apariencias, Jesús interviene e inventa este gesto, porque siente como una especie de fiebre en sus discípulos, a su lado, y lo que tiene que vivir esta noche no tiene nada que ver con la búsqueda de la gloria del más importante. “¿Quién es el más importante?” se preguntaban y no lo saben, se mueven en apreciaciones, en criterios de la gente: alguien poderoso, alguien que domine, alguien que tiene poder. Así es en el mundo. Se quiere deslumbrar, se quiere tener la estima de los demás, necesidad de parecer… Los discípulos se mueven por esos lares y Jesús se dice: “Todavía estamos con esas? Entonces inventa este gesto para que este grupo de personas que están con él y esto permanecerá en el tiempo.

Cuando escucho esta lectura me viene a la mente un recuerdo. Estuve durante dos años en un monasterio benedictino en el Norte del Líbano. Un día, en la mesa, los monjes empezaron a discutir ferozmente: gritos, insultos entre ellos. El padre superior intentaba calmarles, pero también él recibía insultos y se acaloraban fuertemente. Nosotros, huéspedes de los monjes éramos testigos de esa agresividad y nos preguntábamos cómo iba a terminar. No nos habíamos dado cuenta de que un monje, al que se menospreciaba un poco, había desaparecido: el padre Jean-Marie un alauita. Estaba allí para unas sustituciones, para ocuparse un poco más de los alumnos. Un hombre discreto, bueno, aparentemente sin mucha instrucción, pero, de hecho, muy instruido y mientras que el tono subía fuertemente y nosotros estábamos un poco petrificados preguntándonos que podíamos hacer, el padre Jean-Marie llegó con un barreño y una toalla, se puso de rodillas delante del prior, ahí debajo de la mesa, le quitó los zapatos, los calcetines y empezó a lavarle los pies y a continuación a cada monje… y todos se callaron. Se callaron porque vieron el gesto de Jesús… Los apóstoles también discutían. Vieron el gesto de Jesús hecho por el sencillo monje que estaba allí. Y nosotros, fuimos testigos de esto, atónitos viendo lo que estaba pasando. No se decía nada, había un silencio… estos hombres vieron el gesto de Jesús.

Giotto, lavatorio de los pies

Cuando se ha vivido, se entiende mejor. Fue sobrecogedor ver este gesto de Jesús hoy, hecho por una persona sencilla. ¿Por qué Jesús hizo este gesto? Este gesto que es un gesto de niño o de esclavo “Me llamáis "el Maestro" y "el Señor", y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros”. Ahí tenemos el punto de inflexión del Evangelio.

En otro momento Jesús dirá: “Hay gente que son políticos y se hacen llamar ‘Señor’, ‘Maestro’, y gobiernan el mundo… y todo el mundo tiene veneración hacia ellos, hay otros que tienen dinero y que con su dinero hacen cosa interesantes e importantes y entonces se les llama ’bienhechores’, ¡qué no sea así en vosotros! El más importante, es el que sirve”. Ahí tenemos un giro de todos los valores humanos, lo que nosotros llamamos ‘grandeza’, ‘mérito’, ‘reputación’… A la gente le gusta este tipo de veneraciones y Jesús llega y derriba todos los valores humanos ligados a la grandeza, donde están los que mandan y los que obedecen. El más importante, es el más pequeño… Jesús, en ese atardecer inaugura una nueva manera de apreciarnos, ¿vamos buscando que se nos reconozca?

Al final de la primera mitad de su evangelio, Juan señala que Jesús permaneció en una cierta soledad porque, incluso, los que le conocían no se atrevían a dar la cara por él, tenían miedo de ser rechazados y Juan dice: “Preferían la gloria que viene de los hombres antes de la que viene del Único”. Por esto Jesús no fue reconocido y en este momento proclamó: “No es a mí al que rechazáis sino a Aquel que me envió… para llevarnos a un lugar distinto de esas ceremonias en cuyo final no hay nada. Todo el mundo muere… “Y Jesús dice: Vengo para que tengáis la vida y una vida que no desparezca”. Estamos ante un giro interior: lo que llamamos “grande” ¿es verdaderamente grande? De todos modos, se nos plantea la cuestión: ¿Qué busco? Ser visto por los hombres o entrar en la intimidad de mi Dios.

Ante esto me siento conmovido. Me gusta escuchar como el Espíritu me conduce, me gusta sentir el alma de Jesús, tengo necesidad de sentir su alma. Aprender cosas de Él, sí, las he aprendido, pero no es esto lo que hace que lo ame, es poder sentir su alma… y precisamente Juan está sobre el regazo de Jesús: necesita sentir su alma. Cuando se ama a alguien, es necesario sentir su alma. El día en que no se siente el alma del otro, aparecen las distancias.

Así pues, en ese atardecer se palpa un clima especial en los discípulos. Juan al principio de este texto dice: “Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo que llegaba la hora de pasar de este mundo a su Padre…” En el evangelio, aparece una y otra vez esa palabra: “La hora de Jesús”. “No es mi hora” le dice a María. “Mi hora todavía no ha llegado…” Pero ahora, está ahí. “Ha llegado la hora de pasar de este mundo a su Padre”, Jesús sabe que va a morir y Juan escribe con la perspectiva que dan los años, el recuerdo. “Jesús habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”, en Dios no hay deserción hacia nadie. Dios no puede retirar su amor, no sabe hacerlo. La única cosa que Dios sabe hacer y así nos lo transmite, es “el arte de Dios”, que consiste precisamente en darse: Cuando se ama, se quiere dar la propia vida y dar la vida a aquellos que amamos. “Entonces Jesús habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”, hasta el extremo.

Entonces Juan dijo: “Fue durante una comida cuando el demonio sugirió a Judas entregarlo…” Judas se hubiera tranquilizado si Jesús hubiera utilizado la grandeza que viene de los hombres. Pero Jesús no hace nada y Judas se dijo: ¿Qué está pasando? Es un tímido, habrá que forzarlo. No acepta la actitud de Jesús y lo pone entre la espada y la pared, lo que va a forzar a revelarse; o bien es cierto lo que dice y no se le pueden poner las manos encima o bien no es cierto y se va a ver que no es tan poderoso como creemos… Entonces, es ahí, según Juan, cuando Jesús inventa este gesto. Por haberlo vivido, os digo que es realmente estremecedor ver a un ser humano a tus pies, haciendo ese gesto para ti. Un ser humano arrodillado y que hace este gesto… es muy conmovedor. Y es el gesto de Dios, sí, es el gesto de Dios… “Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo”.

 

Padre Roger Robert

 

Traducción del francés al español:  Beatriz Simó y Pilar Sauquet

"Jésus-Christ, voici nos vies d'hommes", CD Tissage d'or 2 (la Roche d'or)