¿Qué láser necesita Dios para traspasar nuestras murallas de acero?

Publicado en por Padre Roger Robert

Durante la Celebración de la Pasión en Abril 2017 el P. Roger Robert comentó el "Servidor Sufriente" (Isaías 52,13 a 53,12)
 

Ese texto es uno de los más enigmáticos de la Biblia. Los judíos no llegaban a comprender su significación, sino más bien lo percibían como un símbolo de toda su historia, pero los cristianos, después de haber visto lo que le sucedió a Jesús y cómo había sufrido, enseguida encontraron el significado de este texto profético que se le atribuye al profeta Isaías.

En el momento del exilio a Babilonia, se llevaban a los hebreos encadenados como esclavos, maltratados, humillados y muchos morían en el camino. Si la historia de este hombre se narra ahora, es porque quien la escribió estuvo sobrecogido por el horror y después de que lo hubo comprendido, se vio sobrecogido de nuevo con una profunda veneración.

Así pues, los hebreos fueron llevados cautivos y a lo largo del camino, uno de ellos dijo: “debemos orar por los que nos maltratan, por nuestros enemigos”. Entonces todas las miradas se centraron en él y la gente le dijo: ¿Qué? Quieres que recemos por estos cretinos que nos hacen daño, que matan, que nos lo han quitado todo… y ahora vamos, como animales, a servir como esclavos… y ¿tú quieres que oremos por ellos? Tú eres un traidor, un traidor. Y empezaron a pegarle, torturarle, arrancarle la barba… Nadie entendía lo que estaba pasando. Quien escribió este texto, nos dice que todo el mundo “estaba consternado viéndole, porque estaba muy desfigurado” que era imposible pensar que fuera un hombre. Sin embargo, escribió lo siguiente: fue gracias a él, que todos fuimos salvados, “porque verán, como él mismo cuando escribía, lo que nunca les habían dicho, descubrirán aquello de lo que nunca habían oído hablar. ¿Quién habría creído esto, que a ese hombre que se le trataba como carroña, fuera el Enviado de Dios?

No tenía apariencia alguna. Creció como una especie de raíz salvaje en el desierto, una planta endeble en una tierra árida. “Su aspecto no tenía nada que pudiera gustarnos, nada. Era despreciado, abandonado…” y todos se apartaban cuando lo veían. La gente no quería saber nada, nadie quería hablar con él… “Lo hemos despreciado, no contaba para nada”. Y entonces, el que apostaba por hacer desaparecer a un ser así, de repente en su interior algo se le remueve viendo como este hombre soporta todo aquello. Lo soporta y tiene tal mirada de bondad hacia aquellos que le están destruyendo, que el mismo autor conmovido por esta mirada de bondad, descubre que este hombre y en lo que se ha convertido es culpa del mal que nosotros infligimos tan fácilmente al ser humano. Es el retrato de lo que se puede hacer al ser humano cuando se le ultraja. “Incluso habíamos pensado, decía él, que era Dios quien permitía que se le maltrate así, y no vimos en aquel momento, que este hombre era una evocación Dios. Era él que nos evocaba a Dios, gracias a esta mirada de bondad. Nosotros queríamos la fuerza, queríamos salvarnos, pero “errábamos como ovejas perdidas”

Entonces, “maltratado, se humilla, no abre la boca” Podría incriminar, gritar: “No me hagáis esto” pero no. “No obre la boca, como un cordero llevado al matadero, como una oveja muda frente a los esquiladores, no abre la boca. Arrestado, después juzgado, lo han eliminado…”  ¿Quién se ha dado cuenta de su existencia?

Conmovido por la bondad de su mirada, el autor descubre como Dios y todos lo que sufren, de una cierta manera uniéndose a él, hablan al corazón de los que utilizan la violencia. ¿Qué láser necesita Dios para traspasar nuestras murallas de acero? “Destrozado por el sufrimiento, tiene todo el favor del Señor” porque este hombre expresaba, a través de su vida, la bondad de Dios, la bondad de todos aquellos a quienes se les humilla. Por lo tanto, él es el que abre el camino del verdadero rostro de Dios.

Dios asume la condición humana en sus aspectos más repulsivos. Es como si ahora nos dijera a cada uno: “Dame tu existencia, dame tus pecados… Me lo llevo todo conmigo”. Es lo que Jesús vivió el día de su Pasión. San Juan señala con precisión el día: “Fue la víspera de la gran fiesta del Sabbat” Por consiguiente, fue el viernes y Jesús puesto en cruz al mediodía, permanecerá en cruz hasta las quince horas. Antes, sufrió toda clase de torturas y humillaciones. En muchos lugares del mundo, hoy, a las tres de la tarde, tiene lugar el viacrucis y este viacrucis nos hace revivir en nuestra memoria esta aparición tan insólita de Dios, que no podemos comprender. Jesús fue torturado, está sin fuerzas, llevando sobre sus hombros la parte horizontal de la cruz, se cae, se vuelve a caer… Es terrible no poder avanzar, sentir que tus piernas no responden, sentir que se apagan las fuerzas… y a latigazos intentan que se levante. Finalmente está tan extenuado que cogerán a alguien de entre el gentío para que le ayude, un campesino que vuelve del campo. Se llama Simón, originario de Cirene, el antiguo país de Gadafi. Lo escogen para que lleve el madero sobre el cual Jesús será crucificado. Y en la forma de hacerle morir, los cristianos vieron a aquel de quien habla el profeta y que se le conoce como: “El Siervo sufriente”.

Jesús cuya piel está desgarrada por los latigazos con garfios de plomo, es desnudado, su cuerpo extendido sobre la viga y hunden los clavos. Así es como se le exhibe ante el mundo. Y todos los que anteriormente le temían, se burlaban diciendo: “Se ha llamado a sí mismo Hijo de Dios. Si Dios es su Padre, que lo libere ahora”. Y Jesús permanece así ante la ciudad de Jerusalén. Todavía existe en la muralla de Jerusalén la puerta por donde pasó: la puerta de Efraím.

Y durante todo este tiempo, Jesús con el poco aliento que le quedaba -porque cuando se es crucificado, como lo fue Él, la caja torácica se hunde y es necesario respirar muy hondo para encontrar ese poco de aliento- dijo: “No saben lo que hacen, no saben lo que hacen”. En el Evangelio, a menudo se oye Jesús decir: “…porque no conocen ni a mi Padre, ni a mí”.

Este texto, lo leemos hoy pensando en la Pasión de Jesús, en Dios. Vais a escuchar el canto del Viernes Santo: Dios, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte… y horror, una muerte de cruz”.  Era el suplicio más horrible de esta época y había muchos más.

Ahí está la exaltación de Dios. Solo la mirada cristiana, a través de la Pascua y de Pentecostés, supo ver en este preciso momento, en la actitud de Jesús, lo que hacía Dios. Él es el guardián de nuestra dignidad más allá de todas las afrentas que se pueden infligir a los seres humanos para hacerles sufrir. Los hay entre nosotros que lo saben, porque pasaron por ello, el horror de lo que los hombres son capaces de hacer a otro ser humano y que de una cierta manera vivieron esta Pasión de Jesús hasta el delirio… Entonces, he aquí a nuestro Dios: alguien que lo asume todo de nosotros, incluidas las violencias de los violentos. Este hombre que ha escrito este testimonio estuvo conmovido precisamente por aquel a quien él golpeó como hicieron los demás. Fue el espectáculo de su mirada lo que le conmovió, lo que lo convirtió. “Nosotros habíamos creído, que era Dios quien permitía que se le castigue así”. Fue él quien desveló todas las capacidades humanas para destruir un ser humano…

Sentimos agradecimiento, más que eso, hacia Aquél que dice: “No temas, no temas. Todo esto yo lo asumo, lo llevo sobre mí”. No podemos entrar en la desesperación, a causa de un texto semejante, “porque ha cargado sobre sí con todos nuestros sufrimientos, todas nuestras angustias”, incluida nuestra capacidad de hacer el mal.

Gracias a este hermoso testimonio dado desde la antigüedad por este hombre, ese judío llevado a cautividad, los cristianos comprendieron la bondad de Dios. Juan nos dice: “Dios ha tanto amado a los hombres que les ha dado a su Hijo para que, al fiarnos de Él, no muramos”. Mientras moría, Jesús rezaba esta oración. Ojalá pueda ser la nuestra en el momento de morir: “Padre, mi vida está en tus manos. Padre en tus manos encomiendo mi espíritu”.  

 

P. Roger Robert

 

Traducción del francés al español:  Beatriz Simó y Pilar Sauquet

"Comme le Père m'a aimé (Jn 15)", CD Tissage d'or 6 (la Roche d'or)