“No temas acoger a María, tu mujer...”

Publicado en por P. Roger Robert

Hace un año iniciamos este blog, al comienzo del primer confinamiento, con el deseo de mantener la relación con vosotros y compartir el tesoro de la palabra que nos hace vivir. No sabíamos que esta difícil experiencia se alargaría así, marcando nuestra historia para siempre. Pero es indudable que el alimento transmitido a lo largo de las semanas ha sido un precioso viático para cada uno de vosotros, como lo ha sido para nosotros en comunidad. Así que continuamos.

Hoy, 19 de marzo, estamos invitados a celebrar a San José, especialmente en este año que el Papa Francisco le ha dedicado. El comentario de Roger que os enviamos nos introduce en su meollo y nos ayudará a vislumbrar lo que supuso el sobrecogimiento de José el día de su anunciación y las resonancias conmovedoras en su relación con María.

Y no nos resistimos a la alegría de transmitiros un magnífico extracto de la Carta Apostólica del Papa Francisco sobre San José, publicada el 8 de diciembre de 2020 (Véase la edición completa en “Patris Corde -Con corazón de padre”, Papa Francisco, Editorial San Pablo Comunicación SSP, 2020). Son palabras de consuelo que sin duda despertarán en nosotros fuerza y creatividad.

 

 

“No temas acoger a María, tu mujer...” (Mateo 1,18-25)
 

“He aquí cómo fue engendrado Jesucristo…” la experiencia de fondo es la aparición de Cristo resucitado. ¿Cómo llega Dios en nuestra vida? ¿cómo crece Dios en nuestro interior?

“María, la madre de Jesús, estaba desposada con José...” En todas las historias, en todas las civilizaciones, las cuestiones matrimoniales son muy importantes para la supervivencia del grupo y es la sociedad la que gestiona estos vínculos, ya que implican la convivencia, los bienes, la estabilidad del grupo. Entre los judíos, esto es tan fuerte que saben muy bien, porque la vida los ha maltratado, que las mayores estabilidades son las parentales o matrimoniales. Por lo tanto, hay un momento en que las familias celebran un contrato matrimonial y ese contrato equivale al matrimonio. Aquí, la madre de Jesús es una mujer ya casada por contrato. No está sola, no está sin un hombre, alguien irrumpió en su vida.

“Antes de que vivieran juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo...” Si no se tiene una experiencia íntima del nacimiento, de la existencia de Dios en vuestro interior, solo lo oiréis desde fuera. Así que Mateo indicará por dos veces que este niño no nació como los demás. Y lo dice porque los discípulos experimentan la presencia de Jesús resucitado y por consiguiente, descubren que es Dios desde el momento de su concepción. No es alguien que se puso a hablar de Dios en un momento dado; Jesús no es una persona que vivió en tal armonía con Dios que Dios le recompensó resucitándolo de entre los muertos. No, todo en su vida terrenal manifiesta el comportamiento de Dios.

Así que cuando Mateo dice: “Antes de que vivieran juntos, resultó que ella esperaba un hijo...” inmediatamente nos enfrentamos a lo inaceptable: Dios no puede venir de un ser humano. Es lo que la gente dirá a Jesús: Eres un impostor. No eres más que un hombre y te haces Dios (Jn 10,33). ¿Qué es lo que nos hace que podamos reconocer a Dios o que no le reconozcamos? Es precisamente el hecho de estar habitados por lo íntimo de Dios, el Espíritu Santo, es Él quien actúa.  Según los hombres, Dios no puede estar en lo transitorio, ni en lo mortal, ni en la carne. Dios está por encima de todo esto y no puede ser alcanzado. Dios es Dios, ¿cómo podría aparecer lo divino y estar contenido en lo limitado? Por eso, cuando decimos que “María está encinta por la acción del Espíritu Santo”, estamos en el meollo del Evangelio y en quién será recibido, o no.

José aparecerá en el Evangelio de Mateo, como el modelo de los cristianos, el que acoge la iniciativa divina. Veremos, precisamente, que es imposible hacer esto por uno mismo. “José, su esposo, que era un hombre justo, no quiso denunciarla públicamente; decidió repudiarla en secreto”. Aquí Mateo presupone que María advirtió a José. José lo sabe. ¿Cómo lo sabe? Mateo no nos lo dice. Simplemente sabe que ella está encinta y no quiere asumir esa paternidad. ¿Por qué no quiere asumirla? Simplemente porque es honesto. El hombre judío, cuando hace la experiencia de Dios, toma un cierto distanciamiento, porque se trata de dejar que Dios obre. Así que hemos interpretado este distanciamiento de José, como si se dijera a sí mismo: “Si Dios está ahí, no quiero ser un estorbo entre mi esposa y Dios”. Es como si hubiera un cierto temor reverencial: no ser un obstáculo. Pero Dios no es un competidor en nuestras relaciones, Él es el origen de nuestras relaciones y se trata de alimentarlas desde el amor que nos da. José no quiere denunciarla públicamente porque no quiere un juicio, ni una investigación, así nada amenazará a María.

José no está en una actitud de duda. Esto es lo que revela el Evangelio de Mateo con respecto a María. Simplemente no entiende la profundidad de la obra de Dios. Se enfrenta a lo inédito. Es la primera vez que esto ocurre y será la única. Cuando entramos en el misterio de Dios, nos sentimos sobrepasados, no tenemos ninguna referencia, ningún criterio que seguir. José solo tiene la mirada de su esposa, solo tiene el hermoso rostro de María, su propia claridad, para ver que no hay duplicidad en ella, al contrario, vislumbra este resplandor, esta belleza en ella. María no miente, pero él no sabe lo que sucede. José está allí ante alguien a quien ama, contemplando toda su belleza y resplandor. Está ante María como está ante Dios, está atrapado y no sabe qué decir. Simplemente no quiere usurpar una paternidad que no sea la suya.

“Se había propuesto… La revelación no puede ser una investigación sobre Dios, tras la cual pudiéramos decir: sí o no. Es preciso que el ángel del Señor, esté ahí para todos nosotros, para cada uno de nosotros. ¿Cómo puedo saber que es Dios, si no tenemos su presencia que nos diga: “Soy yo” A menudo, en nuestra vida, tendemos a llenar esos momentos de búsqueda, incluso de vacío dando respuestas a partir de lo que hemos leído o de las muchas consideraciones de los demás, pero hay un momento en que me quedo en suspenso, un momento en que me aferro y eso es cierto en cualquier relación íntima. Hay una delicadeza que surge del misterio de la existencia del Otro. No puedo entrar, si no se me dice “Ven”. Dios está ahí, con su anhelo hacia nosotros... ¿habrá un anhelo hacia Él?

José se encuentra frente al misterio de esta joven que es su esposa. ¿Qué edad podría tener María? Era una chica joven, de unos catorce años. El matrimonio se había celebrado antes. José no podía tener mucho más de dieciocho. José, de repente, se convierte en un pobre ante el misterio de esta joven habitada por Otro y ve que ese Otro la embellece. Pero está a la expectativa: ¿esto me concierne, sí o no? Hay un momento de suspensión y está como en un callejón sin salida. Es necesario que una luz lo visite de lo alto. Jesús lo proclamará: “Hay que renacer de lo alto” y si no se renace de lo alto, no se ve nada.

“José, su esposo, que era un hombre justo... es decir, infinitamente respetuoso con el misterio de Dios. Se trata de acoger al Dios que se entrega en la Revelación. Y debemos conocer este estado de pobreza, de desposeimiento: no soy yo quien me da a Dios. La Revelación es el gran acontecimiento que sucede en nuestra historia, en el tejido de nuestra existencia humana, es la intervención de Dios.

José es una bella persona, no sabe qué hacer, pero está abierto. Esto es lo que se requiere del hombre, esta apertura del corazón y ahí el ángel del Señor, Dios, interviene. “José... No temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo...” Todo está dicho en esta frase. Se dirige a cada uno de nosotros: “No temas…” Lo que José escucha es la proclamación de la fe, es Dios diciéndonos: “¿quieres acogerme?”

“La criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo...” María está colmada de la vida misma de Dios, está como fuera de sí misma, impulsada hacia el otro. Va a dar a luz un hijo... es el que se esperaba en las Escrituras y le pondrás el nombre de Jesús (es decir: “El Señor-salva” ... Oímos las palabras, pero hasta que no las realizamos... Viene a salvar al mundo, es decir, a todos los hombres.

“Todo esto sucedió para que se cumpliera la palabra del Señor pronunciada por el profeta: "He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, al que dará el nombre de Emmanuel…” Dios salva haciendo aparecer su vida en nuestro interior, la vida que no se puede detener. No es simplemente el que impregna, sino que es “Dios-con-nosotros”. Podéis daros cuenta de lo que significa este “con”. A menudo, cuando estamos frente a alguien que está afligido, lo único que podemos decir es: “Estoy contigo”. Cuando una persona es inalcanzable porque sufre demasiado, allí donde se siente sola y aislada porque su dolor es demasiado grande, sabemos decir las palabras de Dios: “Yo estoy contigo, no estás solo”. Dios es quien nos dice a cada uno de nosotros, en lo más profundo de nuestra oscuridad, en lo más profundo de nuestra angustia: “Yo estoy contigo, yo estoy contigo..., cuando no entiendes nada, cuando no sabes nada, cuando no puedes más, yo estoy contigo”. Dios con nosotros...

“Cuando José se despertó, hizo lo que el ángel del Señor le había ordenado: tomó a su esposa en su casa...” la palabra importante es el sí, el sí de la fe. Significa: “Te acojo conmigo, en mi casa”. Personalmente puedo decir a Dios: “¿Te acojo en mi casa?” Puedo decir, como José a María, “¿te acojo en mi casa, es decir, te ofrezco el espacio para vivir conmigo?” No únicamente de vez en cuando, un poco de oración, un poco de religión, una participación en una reunión... Todo eso está bien, pero no es suficiente. Es: “La tomó consigo...”, es el sí de José acogiendo a María y al ser que lleva dentro.  Por lo tanto, aquí aparece toda una imagen de la Iglesia.

“No se unió a ella hasta que dio a luz un hijo, al que puso el nombre de Jesús...” No se es padre por el mero hecho de haber engendrado un hijo. Esto no era suficiente para la sociedad del pasado. Un padre es padre cuando acepta la paternidad diciendo: “este es mi hijo”. José dirá de Jesús: “este es mi hijo”. Y la señal es que le dará su nombre “Jesús”. Literalmente, en la raíz aramea, “Yeshua” es alguien que me hace respirar. Como si tuvieras un saco de arena en el pecho y que te lo quitaran. Sólo Dios puede quitar lo que nos pesa, el miedo a morir... Él es el único que pone de manifiesto que estamos vivos y que no tenemos nada que temer.

 

Roger Robert
22 de diciembre de 2010

 

Traducción del francés al español:  Beatriz Simó y Pilar Sauquet

"Tu es mon fils, mon enfant bien-aimé", CD Tissage d'or 3 (Communauté de la Roche d'or)